martes, 31 de mayo de 2016



Etapas del Camino Neocatecumenal



Precatecumenado
La primera fase del Neocatecumenado es el precatecumenado postbautismal, que es un tiempo de kenosis para aprender a caminar en la humildad.
Se divide en dos etapas:
1ª. En la primera etapa, que va de las catequesis iniciales al primer escrutinio de paso al catecumenado postbautismal, y que dura unos dos años, los neocatecúmenos aprenden el lenguaje bíblico, celebrando semanalmente la Palabra de Dios, con temas simples que recorren toda la Escritura, como: agua, roca, cordero, etc. La Palabra de Dios, la Eucaristía y la comunidad ayudan gradualmente a los neocatecúmenos a vaciarse de los falsos conceptos de sí mismos y de Dios y a descender a su realidad de pecadores, necesitados de conversión, redescubriendo la gratuidad del amor de Cristo, que les perdona y les ama. En la celebración conclusiva del primer escrutinio de paso al catecumenado postbautismal, tras la inscripción del nombre, piden a la Iglesia que les ayude a madurar en la fe para realizar las obras de vida eterna, y reciben el signo de la cruz gloriosa de Cristo, que ilumina la función salvífica que tiene la cruz en la vida de cada uno.
2ª. En la segunda etapa, de análoga duración, los neocatecúmenos celebran las grandes etapas de la historia de la salvación: Abraham, Éxodo, Desierto, Tierra prometida, etc., y les es dado un tiempo para que se prueben a sí mismos en la sinceridad de su intención de seguir a Jesucristo, a la luz de su Palabra: «No podéis servir a Dios y al dinero» (Mt 6,24). En la celebración conclusiva del segundo escrutinio de paso al catecumenado postbautismal, renuevan ante la Iglesia la renuncia al demonio y manifiestan su voluntad de servir sólo a Dios. A continuación estudian y celebran las principales figuras bíblicas: Adán, Eva, Caín, Abel, Noé, etc., a la luz de Cristo.
Fase de conversión
El Neocatecumenado empieza en la parroquia, a petición del Párroco, con las catequesis kerigmáticas, llamadas catequesis iniciales. Éstas se desarrollan en el arco de dos meses, en quince encuentros que tienen lugar por la noche, y concluyen con una convivencia de tres días.
A fin de experimentar el Trípode: Palabra, Liturgia, Comunidad, en que se basa la vida cristiana, las catequesis iniciales se articulan en tres partes:
1ª. El anuncio del kerigma que llama a conversión: la buena noticia de la muerte y de la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo; «en efecto … Dios ha querido salvar a los que creen mediante la necedad del kerigma» (1 Co 1,21). Esta «palabra de salvación» llama a la conversión y a la fe, invita a reconocerse pecador, a acoger el perdón y el amor gratuito de Dios y a ponerse en Camino hacia la propia transformación en Cristo, por el poder del Espíritu. La conversión es sellada por la celebración de la Penitencia, según el rito de la reconciliación de varios penitentes, con confesión y absolución individual. Este sacramento, celebrado periódicamente, sostendrá el camino de conversión de las personas y de la comunidad.
2ª. El kerigma preparado por Dios a través de la historia de la salvación (Abraham, Éxodo, etc.): se dan las claves hermenéuticas necesarias para la escucha y la comprensión de la Sagrada Escritura: ver en Jesucristo el cumplimiento de las Escrituras y poner los hechos de la propia historia bajo la luz de la Palabra. Esta iniciación a la Escritura es sellada en una celebración de la Palabra, en que los participantes reciben la Biblia de manos del Obispo, garante de su auténtica interpretación, como signo de que la madre Iglesia de ahora en adelante a lo largo del Camino les nutrirá semanalmente en esta mesa, fuente viva de la catequesis.
3ª. El kerigma en los sacramentos y en la koinonía: las catequesis culminan en la convivencia con la celebración de la Eucaristía. Dicha celebración, preparada por oportunas catequesis, ayuda a redescubrir el esplendor pascual resaltado por el Concilio Vaticano II y a experimentar la comunión entre los hermanos. En efecto «no es posible que se forme una comunidad cristiana si no tiene como raíz y como centro la celebración de la sagrada Eucaristía, por la que debe, consiguientemente, comenzarse toda educación que tiende a formar el espíritu de comunidad». La celebración de la Eucaristía acompañará a la comunidad durante todo el itinerario.
A través de la predicación y de las celebraciones realizadas en las catequesis iniciales, el Espíritu Santo invita a hombres y mujeres de diversa edad, mentalidad, cultura y condición social a emprender juntos un itinerario de conversión, fundado en el redescubrimiento progresivo de las «inmensas y extraordinarias riquezas y responsabilidades del Bautismo recibido», para realizar en ellos el gradual crecimiento y maduración de la fe y de la vida cristiana. Al final de la convivencia, con los que acogen la llamada a recorrer tal catecumenado postbautismal se forma la comunidad neocatecumenal.

Catecumenado
La segunda fase del Neocatecumenado es el catecumenado postbautismal, que es un tiempo de combate espiritual para adquirir la simplicidad interior del hombre nuevo que ama a Dios como único Señor, con todo el corazón, con toda la mente, con todas las fuerzas y al prójimo como a sí mismo. Sostenidos por la Palabra de Dios, por la Eucaristía y por la comunidad, los neocatecúmenos se adiestran en la lucha contra las tentaciones del demonio: la búsqueda de seguridades, el escándalo de la cruz y la seducción de los ídolos del mundo. La Iglesia viene en ayuda de los neocatecúmenos entregándoles las armas necesarias, en tres etapas:
1ª. «El combate espiritual de la vida nueva del cristiano es inseparable del combate de la oración» que lleva a la intimidad con Dios. La Iglesia realiza una primera iniciación de los neocatecúmenos a la oración litúrgica y personal, incluso nocturna, que culmina con las catequesis de los Evangelios sobre la oración y con la celebración de la entrega del libro de la Liturgia de las Horas. Desde entonces comienzan el día con la oración individual de los Laudes y del Oficio de las Lecturas y aprenden a hacer un tiempo de oración silenciosa y la oración del corazón. Los neocatecúmenos, escrutando los salmos en pequeños grupos, son iniciados a la práctica asidua de la “lectio divina” o “scrutatio scripturæ”, «en la que la Palabra de Dios es leída y meditada para transformarse en oración». En efecto, «la ignorancia de las Escrituras es ignorancia de Cristo».
2ª. La Iglesia entrega a los neocatecúmenos el Credo (“Traditio Symboli”), «compendio de la Escritura y de la fe», y les envía a predicarlo, de dos en dos, por las casas de la parroquia. Estudian y celebran artículo por artículo el Símbolo apostólico y lo restituyen a la Iglesia (“Redditio Symboli”), confesando su fe y proclamando el Credo solemnemente ante los fieles, durante la Cuaresma.
3ª. La Iglesia realiza una segunda iniciación de los neocatecúmenos a la oración litúrgica y contemplativa, que culmina con las catequesis sobre la oración del Señor y con la celebración de la entrega del Padrenuestro”, «síntesis de todo el Evangelio».Desde entonces, en las ferias de Adviento y Cuaresma, empiezan a celebrar comunitariamente en la parroquia, antes de ir al trabajo, los Laudes y el Oficio de Lecturas, con un tiempo de oración contemplativa. Los neocatecúmenos son iniciados a hacerse pequeños y a vivir abandonados filialmente a la paternidad de Dios, protegidos por la maternidad de María y de la Iglesia, y en la fidelidad al Sucesor de Pedro y al Obispo. A tal fin, antes de la entrega del “Padrenuestro”, los neocatecúmenos hacen una peregrinación a un santuario mariano para acoger a la Virgen María como madre, profesan la fe en la tumba de S. Pedro y hacen un acto de adhesión al Santo Padre. En esta etapa los neocatecúmenos estudian sistemáticamente cada una de las peticiones del “Padrenuestro” y temas sobre la Virgen María: Madre de la Iglesia, Nueva Eva, Arca de la alianza, Imagen del cristiano, etc.

Elección
La tercera fase del Neocatecumenado es el redescubrimiento de la elección, «eje de todo el catecumenado». Es un tiempo de iluminación en que la Iglesia enseña a los neocatecúmenos a caminar en la alabanza, «inundados por la luz de la fe», es decir a discernir y cumplir la voluntad de Dios en la historia para hacer de la propia vida liturgia de santidad. Estudian y celebran los diversos pasajes del Sermón de la Montaña.

Después de haber mostrado con las obras que en ellos se está realizando, aunque en la debilidad, el hombre nuevo descrito en el Sermón de la Montaña, que, siguiendo las huellas de Jesucristo, no resiste al mal y ama al enemigo, los neocatecúmenos renuevan solemnemente las promesas bautismales en la Vigilia Pascual, presidida por el Obispo. En esta liturgia visten las túnicas blancas en recuerdo de su bautismo.
Después, durante la cincuentena pascual, celebran cada día la eucaristía solemnemente y hacen una peregrinación a Tierra Santa como signo de las bodas con el Señor, recorriendo los lugares en que Cristo ha realizado cuanto han vivido durante todo el itinerario neocatecumenal.
Tras la elección concluye el neocatecumenado postbautismal.

Misión
La comunidad neocatecumenal, después de haber finalizado el itinerario de redescubrimiento de la iniciación cristiana, entra en el proceso de educación permanente de la fe, perseverando en la celebración semanal de la Palabra y de la Eucaristía dominical y en la comunión fraterna, activamente insertados en la pastoral de la comunidad parroquial, para dar los signos del amor y de la unidad, que llaman al hombre contemporáneo a la fe: «La educación permanente de la fe – afirma el Directorio general para la Catequesis – se dirige no sólo a cada cristiano, para acompañarle en su camino hacia la santidad, sino también a la comunidad cristiana como tal, para que vaya madurando tanto en su vida interna de amor a Dios y de amor fraterno, cuanto en su apertura al mundo como comunidad misionera. El deseo y la oración de Jesús ante el Padre son una llamada incesante: “Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17,21). Acercarse paulatinamente a este ideal requiere, en la comunidad, una fidelidad grande a la acción del Espíritu Santo, un constante alimentarse del Cuerpo y de la Sangre del Señor y una permanente educación en la fe, en la escucha de la Palabra»
El Camino Neocatecumenal es así un instrumento al servicio de los Obispos para realizar el proceso de educación permanente de la fe requerido por la Iglesia: la iniciación cristiana, como reafirma el Directorio general para la Catequesis, «no es el punto final en el proceso permanente de conversión. La profesión de fe bautismal se sitúa en los cimientos de un edificio espiritual destinado a crecer»; «la adhesión a Jesucristo, en efecto, da origen a un proceso de conversión permanente que dura toda la vida». De este modo el Camino Neocatecumenal contribuye a la renovación parroquial deseada por el Magisterio de la Iglesia de promover «nuevos métodos y nuevas estructuras», que eviten el anonimato y la masificación, y de considerar «la parroquia como comunidad de comunidades».





Seminarios Redemptoris Mater 

Los seminarios Redemptoris Mater (Seminarium Redemporis Mater en latín) son centros de instrucción diocesana para adultos vinculados al Camino Neocatecumenal en los que se ofrece una formación orientada al ministerio sacerdotal misionero. Estos seminarios son erigidos por los obispos diocesanos, permitiendo que los seminaristas formados en ellos no tengan por qué permanecer en la diócesis del seminario debido a su carácter misionero.
Fueron creados por el Camino Neocatecumenal en el seno de la Iglesia católica para dar espacio a las vocaciones suscitadas en este itinerario. El primer seminario Redemptoris Mater se erigió en Roma en el 1988 por petición del papa Juan Pablo II, y mediante decreto del vicario para la diócesis de Roma, el cardenal Ugo Poletti.
Hasta octubre de 2013, se habían erigido 100 seminarios Redemptoris Mater, esparcidos por todo el mundo, con más de 2300 seminaristas formándose en ellos.





Matrimonio en el Camino Neocatecumenal 

El matrimonio es una institución natural. Es decir, existe fuera de la religión cristiana y hasta fuera de toda religión. Está inscrito y regido por la misma naturaleza del hombre. La Iglesia no ha creado el matrimonio y ni siquiera ha pretendido transformarlo. Los paganos se casaban según las reglas en uso en la sociedad, y cuando los paganos casados se convertían al cristianismo, casados quedaban. La Iglesia reconocía la validez de este casamiento natural. El no-cristiano se casa sin recibir el sacramento, y cuando se convierte, permanece casado; el matrimonio natural se hace sacramento.

El matrimonio de los cristianos es, pues, el de los paganos. Es el matrimonio a secas, que entre los cristianos llega a ser un sacramento. Imposible para el cristiano casarse sin recibir el sacramento; pero, al mismo tiempo, este matrimonio, que es sacramento para él, es la institución natural que se encuentra en toda la humanidad, unión perpetua entre el hombre y la mujer, con vistas a fundar un hogar. El matrimonio cristiano es la institución natural del matrimonio, y al mismo tiempo ya no lo es, porque ha llegado a ser sacramento, instrumento de vida divina. El sacramento es la institución natural divinizada.

Esto confiere al matrimonio un lugar especialísimo entre los sacramentos. Los demás sacramentos han sido creados en todas sus partes por Cristo con el fin de conferir la gracia; no existen más que en función de la vida cristiana, en función de la inserción del cristiano en la Iglesia. Al afirmar que el sacramento del matrimonio
es la divinización de la institución natural del matrimonio, corremos sin embargo con el peligro de caer en un equívoco: confundir el sacramento con una bendición o consagración que se añade a lo que es natural. No. No es en virtud de una bendición o consagración por lo que se obra el sacramento. Los cónyuges son los ministros de este
sacramento; el sacerdote, es sólo un testigo cualificado. El matrimonio cristiano consiste como el matrimonio de los no cristianos en el intercambio de los consentimientos, pero para el cristiano es un sacramento.