Etapas del Camino Neocatecumenal
Precatecumenado
La primera fase del Neocatecumenado es el precatecumenado
postbautismal, que es un tiempo de kenosis para aprender a caminar en la
humildad.
Se divide en dos etapas:
1ª. En la primera etapa, que va de las catequesis iniciales al primer
escrutinio de paso al catecumenado postbautismal, y que dura unos dos años, los
neocatecúmenos aprenden el lenguaje bíblico, celebrando semanalmente la Palabra
de Dios, con temas simples que recorren toda la Escritura, como: agua, roca,
cordero, etc. La Palabra de Dios, la Eucaristía y la comunidad ayudan
gradualmente a los neocatecúmenos a vaciarse de los falsos conceptos de sí
mismos y de Dios y a descender a su realidad de pecadores, necesitados de
conversión, redescubriendo la gratuidad del amor de Cristo, que les perdona y
les ama. En la celebración conclusiva del primer escrutinio de paso al
catecumenado postbautismal, tras la inscripción del nombre, piden a la Iglesia
que les ayude a madurar en la fe para realizar las obras de vida eterna, y
reciben el signo de la cruz gloriosa de Cristo, que ilumina la función
salvífica que tiene la cruz en la vida de cada uno.
2ª. En la segunda etapa, de
análoga duración, los neocatecúmenos celebran las grandes etapas de la historia
de la salvación: Abraham, Éxodo, Desierto, Tierra prometida, etc., y les es
dado un tiempo para que se prueben a sí mismos en la sinceridad de su intención
de seguir a Jesucristo, a la luz de su Palabra: «No podéis servir a Dios y al
dinero» (Mt 6,24). En la celebración conclusiva del segundo escrutinio de
paso al catecumenado postbautismal, renuevan ante la Iglesia la renuncia al
demonio y manifiestan su voluntad de servir sólo a Dios. A continuación
estudian y celebran las principales figuras bíblicas: Adán, Eva, Caín, Abel,
Noé, etc., a la luz de Cristo.
El Neocatecumenado empieza en la
parroquia, a petición del Párroco, con las catequesis kerigmáticas, llamadas catequesis
iniciales. Éstas se desarrollan en el arco de dos meses, en quince encuentros
que tienen lugar por la noche, y concluyen con una convivencia de tres días.
A fin de experimentar el Trípode:
Palabra, Liturgia, Comunidad, en que se basa la vida cristiana, las catequesis
iniciales se articulan en tres partes:
1ª. El anuncio del kerigma que
llama a conversión: la buena noticia de la muerte y de la resurrección de
Nuestro Señor Jesucristo; «en efecto … Dios ha querido salvar a los que creen
mediante la necedad del kerigma» (1 Co 1,21). Esta «palabra de salvación» llama
a la conversión y a la fe, invita a reconocerse pecador, a acoger el perdón y
el amor gratuito de Dios y a ponerse en Camino hacia la propia transformación
en Cristo, por el poder del Espíritu. La conversión es sellada por la
celebración de la Penitencia, según el rito de la reconciliación de varios
penitentes, con confesión y absolución individual. Este sacramento, celebrado
periódicamente, sostendrá el camino de conversión de las personas y de la
comunidad.
2ª. El kerigma preparado por Dios
a través de la historia de la salvación (Abraham, Éxodo, etc.): se dan las
claves hermenéuticas necesarias para la escucha y la comprensión de la Sagrada
Escritura: ver en Jesucristo el cumplimiento de las Escrituras y poner los
hechos de la propia historia bajo la luz de la Palabra. Esta iniciación a la
Escritura es sellada en una celebración de la Palabra, en que los participantes
reciben la Biblia de manos del Obispo, garante de su auténtica interpretación,
como signo de que la madre Iglesia de ahora en adelante a lo largo del Camino
les nutrirá semanalmente en esta mesa, fuente viva de la catequesis.
3ª. El kerigma en los sacramentos
y en la koinonía: las catequesis culminan en la convivencia con la celebración
de la Eucaristía. Dicha celebración, preparada por oportunas catequesis, ayuda
a redescubrir el esplendor pascual resaltado por el Concilio Vaticano II y a
experimentar la comunión entre los hermanos. En efecto «no es posible que se
forme una comunidad cristiana si no tiene como raíz y como centro la
celebración de la sagrada Eucaristía, por la que debe, consiguientemente,
comenzarse toda educación que tiende a formar el espíritu de comunidad». La
celebración de la Eucaristía acompañará a la comunidad durante todo el
itinerario.
A través de la predicación y de
las celebraciones realizadas en las catequesis iniciales, el Espíritu Santo
invita a hombres y mujeres de diversa edad, mentalidad, cultura y condición
social a emprender juntos un itinerario de conversión, fundado en el
redescubrimiento progresivo de las «inmensas y extraordinarias riquezas y
responsabilidades del Bautismo recibido», para realizar en ellos el gradual
crecimiento y maduración de la fe y de la vida cristiana. Al final de la
convivencia, con los que acogen la llamada a recorrer tal catecumenado postbautismal
se forma la comunidad neocatecumenal.
La segunda fase del
Neocatecumenado es el catecumenado postbautismal, que es un tiempo de
combate espiritual para adquirir la simplicidad interior del hombre
nuevo que ama a Dios como único Señor, con todo el corazón, con toda la mente,
con todas las fuerzas y al prójimo como a sí mismo. Sostenidos por la Palabra
de Dios, por la Eucaristía y por la comunidad, los neocatecúmenos se adiestran en
la lucha contra las tentaciones del demonio: la búsqueda de seguridades, el
escándalo de la cruz y la seducción de los ídolos del mundo. La Iglesia viene
en ayuda de los neocatecúmenos entregándoles las armas necesarias, en tres
etapas:
1ª. «El combate espiritual de la
vida nueva del cristiano es inseparable del combate de la oración» que lleva a
la intimidad con Dios. La Iglesia realiza una primera iniciación de los
neocatecúmenos a la oración litúrgica y personal, incluso nocturna, que culmina
con las catequesis de los Evangelios sobre la oración y con la celebración de
la entrega del libro de la Liturgia de las Horas. Desde entonces
comienzan el día con la oración individual de los Laudes y del Oficio de las
Lecturas y aprenden a hacer un tiempo de oración silenciosa y la oración del
corazón. Los neocatecúmenos, escrutando los salmos en pequeños grupos, son
iniciados a la práctica asidua de la “lectio divina” o “scrutatio
scripturæ”, «en la que la Palabra de Dios es leída y meditada para transformarse
en oración». En efecto, «la ignorancia de las Escrituras es ignorancia de
Cristo».
2ª. La Iglesia entrega a los
neocatecúmenos el Credo (“Traditio Symboli”), «compendio de la Escritura
y de la fe», y les envía a predicarlo, de dos en dos, por las casas de la
parroquia. Estudian y celebran artículo por artículo el Símbolo apostólico y lo
restituyen a la Iglesia (“Redditio Symboli”), confesando su fe y
proclamando el Credo solemnemente ante los fieles, durante la Cuaresma.
3ª. La Iglesia realiza una
segunda iniciación de los neocatecúmenos a la oración litúrgica y
contemplativa, que culmina con las catequesis sobre la oración del Señor y con
la celebración de la entrega del “Padrenuestro”, «síntesis de
todo el Evangelio».Desde entonces, en las ferias de Adviento y Cuaresma,
empiezan a celebrar comunitariamente en la parroquia, antes de ir al trabajo,
los Laudes y el Oficio de Lecturas, con un tiempo de oración contemplativa. Los
neocatecúmenos son iniciados a hacerse pequeños y a vivir abandonados
filialmente a la paternidad de Dios, protegidos por la maternidad de María y de
la Iglesia, y en la fidelidad al Sucesor de Pedro y al Obispo. A tal fin, antes
de la entrega del “Padrenuestro”, los neocatecúmenos hacen una peregrinación a
un santuario mariano para acoger a la Virgen María como madre, profesan la fe
en la tumba de S. Pedro y hacen un acto de adhesión al Santo Padre. En esta
etapa los neocatecúmenos estudian sistemáticamente cada una de las peticiones
del “Padrenuestro” y temas sobre la Virgen María: Madre de la Iglesia, Nueva
Eva, Arca de la alianza, Imagen del cristiano, etc.
La tercera fase del
Neocatecumenado es el redescubrimiento de la elección, «eje de todo el
catecumenado». Es un tiempo de iluminación en que la Iglesia enseña a los
neocatecúmenos a caminar en la alabanza, «inundados por la luz de la
fe», es decir a discernir y cumplir la voluntad de Dios en la historia para
hacer de la propia vida liturgia de santidad. Estudian y celebran los
diversos pasajes del Sermón de la Montaña.
Después de haber mostrado con las
obras que en ellos se está realizando, aunque en la debilidad, el hombre nuevo
descrito en el Sermón de la Montaña, que, siguiendo las huellas de Jesucristo,
no resiste al mal y ama al enemigo, los neocatecúmenos renuevan solemnemente
las promesas bautismales en la Vigilia Pascual, presidida por el Obispo. En
esta liturgia visten las túnicas blancas en recuerdo de su bautismo.
Después, durante la cincuentena
pascual, celebran cada día la eucaristía solemnemente y hacen una peregrinación
a Tierra Santa como signo de las bodas con el Señor, recorriendo los lugares en
que Cristo ha realizado cuanto han vivido durante todo el itinerario
neocatecumenal.
Tras la elección concluye el
neocatecumenado postbautismal.
La comunidad neocatecumenal,
después de haber finalizado el itinerario de redescubrimiento de la iniciación cristiana,
entra en el proceso de educación permanente de la fe, perseverando en la
celebración semanal de la Palabra y de la Eucaristía dominical y en la comunión
fraterna, activamente insertados en la pastoral de la comunidad parroquial,
para dar los signos del amor y de la unidad, que llaman al hombre contemporáneo
a la fe: «La educación permanente de la fe – afirma el Directorio general
para la Catequesis – se dirige no sólo a cada cristiano, para acompañarle
en su camino hacia la santidad, sino también a la comunidad cristiana como tal,
para que vaya madurando tanto en su vida interna de amor a Dios y de amor
fraterno, cuanto en su apertura al mundo como comunidad misionera. El deseo y
la oración de Jesús ante el Padre son una llamada incesante: “Que todos sean
uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros
para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17,21). Acercarse
paulatinamente a este ideal requiere, en la comunidad, una fidelidad
grande a la acción del Espíritu Santo, un constante alimentarse del Cuerpo y
de la Sangre del Señor y una permanente educación en la fe, en la escucha
de la Palabra»
El Camino Neocatecumenal es así
un instrumento al servicio de los Obispos para realizar el proceso de educación
permanente de la fe requerido por la Iglesia: la iniciación cristiana, como
reafirma el Directorio general para la Catequesis, «no es el punto final
en el proceso permanente de conversión. La profesión de fe bautismal se sitúa
en los cimientos de un edificio espiritual destinado a crecer»; «la adhesión a
Jesucristo, en efecto, da origen a un proceso de conversión permanente que dura
toda la vida». De este modo el Camino Neocatecumenal contribuye a la renovación
parroquial deseada por el Magisterio de la Iglesia de promover «nuevos métodos
y nuevas estructuras», que eviten el anonimato y la masificación, y de
considerar «la parroquia como comunidad de comunidades».